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OTRA FORMA DE APROXIMARNOS


Creo importante distinguir entre el debate público de la memoria del conflicto armado interno y la política de memoria que se plantea desde el Estado. Mientras el primero es plural, la segunda por naturaleza es el resultado de la correlación de fuerzas políticas que gobiernan el país. Esto no es bueno o malo, es la naturaleza política estatal. A través del Estado algunos sectores de la sociedad universalizan su posición, desde las políticas públicas hasta los símbolos, narrativas históricas e incluso emociones, marcando ciertos límites de lo posible en la imaginación y en las acciones de las personas.


Sin embargo, dicha posición hegemónica no está tallada en piedra sino que es permanentemente interpelada por sectores organizados y ciudadan@s que no forman parte de esa correlación de fuerzas. Negar que el Estado sea un reflejo de esos intereses no es sinónimo de democracia. Lo que necesitamos es trabajar mucho para que esos intereses deriven en conflictos que se puedan procesar democráticamente.


Cuando desde el Estado se apela solamente al consenso en la elaboración y conducción de las políticas públicas (incluyendo las políticas de memoria) en el fondo se está optando por mantener el status quo de esa correlación de fuerzas. Gobernar desde ese status quo no es el problema central, lo que sí vulnera la legitimidad del orden democrático es hacer de las instituciones del Estado espacios impermeables a la interpelación y el disenso de las miradas críticas de quienes no forman parte del poder de turno. El corazón persistente de una democracia es el disenso, no solamente el consenso, y ello también debe ser un principio en la administración de las plataformas institucionales del Estado. Agregaría: más aún cuando se trata de propuestas que critican al propio Estado.


Evidentemente la correlación de fuerzas que gobierna el Perú en las últimas décadas ha dejado un margen mínimo al disenso y han calado tanto en la mentalidad de quienes gobiernan que la autocensura institucional se confunde con una llamado conciliador entre peruan@s. No estoy de acuerdo con ello, creo que toda conciliación es peligrosamente frágil si no se decide a procesar los disensos de manera pública, más aún cuando el punto de debate es el doloroso conflicto armado interno que hemos sufrido como país hace muy pocas décadas. Esto requiere construir herramientas institucionales para procesar democráticamente el disenso y el conflicto, antes que dar por sentado el consenso y la conciliación. Como decía Alberto Flores Galindo: "discrepar es otra forma de aproximarnos".


Finalmente, y no menos importante, las creaciones artísticas no pueden ni deben ser juzgadas por su objetividad. Con ello no quiero decir que las artes no son cuestionables, todo lo contrario, pero no pueden ser juzgadas como si fuera una encuesta o una investigación de ciencias sociales. Sí creo necesario discutirlas en diálogo con la realidad que las atraviesa, y desde ahí ver si permiten ampliar y complejizar la imaginación, la reflexión y los sentimientos cotidianos. En mi opinión las artes permiten cuestionar el status quo a nivel estético, ético y emocional, incluso más allá de las intenciones del propio artista. En tal sentido es un elemento disruptivo en el debate público. No comparto el argumento de quienes dicen que las artes deben ser objetivas y, por ende, no deben ser políticas. No me gustan en absoluto las propuestas artísticas que diciéndose "políticas" subestiman a la gente y les dicen lo que tienen que pensar, sentir y hacer. Ese tipo de arte me parece despolitizador pues acostumbra a la gente a recibir ordenes artísticas. Me siento más afín a las artes que buscan abrir preguntas, desordenar certezas, para buscar nuevos caminos con la gente.


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