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¿Sin alternativa? Cuando el Estado, el modelo de desarrollo y el consenso neoliberal hacen agua y no

Las dos condiciones esquemáticamente recogidas de Lenín para que sea posible un cambio revolucionario son las “objetivas” y las “subjetivas”. El viejo Maquiavelo diría que es la virtud del Príncipe de moverse frente a la fortuna lo que le permite moverse adecuadamente en el terreno del poder. En el Perú, las condiciones objetivas nos indican que el régimen político, el modelo económico y el consenso cultural neoliberal nos ofrecen flancos que pueden poner en cuestión su continuidad. Y, sin embargo, no existe una fuerza (subjetiva) de cambio capaz de empujar esta situación en una perspectiva de cambio, sólo explosiones y estallidos esporádicos que no logran articular salidas más integrales.

Esta crisis, marcada por un congelamiento de la economía, la corrupción que tiene en jaque a los gobernantes neoliberales elegidos tras la caída del fujimorismo y la incapacidad de mirar más allá de sus negocios, hace incompetente a las derechas para enfrentar la reconstrucción el país tras el desastre del Niño costero o mínimamente reformar el Estado. Y sin embargo el costo de la inexistencia de esta alternativa es muy alto, porque también salimos de la frustración del cambio que significó el humalismo, y aún de manera más significativa, porque provenimos de una derrota profunda de las fuerzas de izquierda, lo que abona a que se pueda desplegar una fuerza autoritaria y reaccionaria.

Eso es lo que viene significando hoy el Fujimorismo, que utilizando el malestar social a su favor ha sido capaz de construir una historia, con victimización incluida que le ha otorgado identidad, una importante presencia en los sectores populares con sus recursos, uso de sus espacios de poder y alianzas con sectores legales e ilegales de la economía y otros sectores regresivos como las iglesias evangelicales que tienen presencia cotidiana en diversos espacios sociales. El fujimorismo puede esbozar mensajes que calan en los sectores populares y que podrían reconocerse como de izquierda de manera pragmática.

No obstante, como bien se dice, el fujimorismo también responde a los poderes facticos que controlan el país. He ahí sus dilemas frente a la actual crisis; desatar la crisis podría convertirlos en un peligro sin control para los grupos de poder, pero a la vez deben mostrarse como oposición. Cómo mostrarse responsable y a la vez ser la oposición radical que se requiere. Algunos sectores de izquierda asumen este dilema también como si lo que estuviera en juego fuera la democracia.

Pero, como vemos por lo que viene ocurriendo en estas semanas, desde las izquierdas no hay una agenda política clara, menos una estrategia que no se circunscriba a los calendarios electorales, a las disputas internas minúsculas o la añoranza a una mágica unidad o la apelación a un “pueblo” de otros tiempos. La izquierda se encuentra reducida en espacios de reagrupamiento de los restos de los grupos históricos, tanto sociales como políticos; atrincherados muchos en disertaciones ideológicas que no aluden a la realidad; convertidas en varios lados en meras y pragmáticas maquinarias electorales; y en el Congreso en la portátil de un caudillo o en una alianza de “personalidades”; o desde cierto purismo atrapada en la discusión entre las supuestas cúpulas y las supuestas bases que son sino también viejas cúpulas en otra escala con una gran capacidad de aislarse de las mayorías. Hoy la izquierda sigue sin poder beber de lo mejor de su historia, pero también incapaz de establecer líneas de acción claras en el presente y de cara al futuro.

Desde los sectores del poder mediático y desde la derecha no ha sido difícil arrinconar a lo que queda de estas izquierdas o a la que ven como una adversaria en potencia. Algunas líneas de ataque parecen desarrollar: la calidad democrática o autoritaria del gobierno venezolano; la de una supuesta identificación con el terrorismo; la imagen de conflicto e incapacidad de proponer o convertirse en fuerza de masas; una supuesta cercanía o herencia humalista que la asocia con la corrupción “progresista”. Líneas de ataque fáciles de rebatir, pero que, dado su ensimismamiento, parecen ahogarla en un vaso de agua, mientras la tormenta perfecta parece querer desatarse en el país frente a lo cual demuestra una gran incapacidad de proyectarse más allá de sí misma, aún a pesar de la existencia de un tercio de la ciudadanía que parece seguir esperando el cambio en el país y que tenazmente rechaza al fujimorismo y el orden neoliberal.


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